Esta tarde, mirando por la ventana, me ha venido a la memoria el año 1998. Durante ese año el Hospital Arnau de Vilanova de Lleida fue mi segunda casa. Allí pasé muchos días; con tan solo 9 años, 20 kilos y viendo que nuestros padres lo hacen todo por nosotros.
Todo empezó con un pequeño bultito en el cuello. ¿Qué será? Ante esta pregunta acudimos al medico del pueblo, el cual me recetó una pomada que no hizo efecto alguno, posiblemente porque detrás de ese bultito había algo que el gran medico no supo ver. Y apareció la fiebre: 37º, 38º, 39º, 40º y a los 42º empecé a tener alucinaciones. Algunas noches me despertaba gritando, atemorizada porque unos monstruos me estaban atacando; unos monstruos que en realidad eran mis padres que no se movían de mi lado. Aquello no era normal; un bultito en el cuello que no me dejaba moverlo y fiebre, mucha fiebre. Una noche, hartos de ver que mi fiebre no bajaba y las instrucciones del medico no daban resultado, mis padres me llevaron a Urgencias. Enseguida empezaron a hacerme pruebas, no se sabía que podía ser, pero no parecía nada bueno. Análisis y otras pruebas que no me gustaban para nada, pero que eran totalmente necesarias para ver que me pasaba y poder curarme. Los días iban pasando, el curso iba avanzando y yo me lo estaba saltando completamente. Cada vez más delgada, más débil, aunque durante el día pasaba las horas con los payasos de la sala de juego. Por la noche, todo era distinto; el cansancio se apoderaba de mi cuerpo y las medicinas me hacían dormir placidamente. Con los días, cultive una bonita amistad con una chica mayor que también estaba enferma; hace tiempo que no se nada de ella, pero me haría ilusión reencontrarla. Volvía a casa en fechas señaladas. Una de estas fechas fue mi comunión. Sí, hice la comunión, aunque siempre he dicho que la hice motivada por la comida del banquete y por la reunión familiar. Mi vestido era blanco, pero muy distinto al de las otras niñas, yo siempre odié los típicos vestidos de comunión que convertían a las niñas en Sisi. Mis padres me preguntaron una y otra vez si quería hacer la comunión, puesto que para ellos que la hiciera no era condición indispensable. Al final la hice, pronuncié el Padre Nuestro y lo olvide completamente. No he seguido con ningún rito religioso. Pero volviendo al tema, después de pruebas y más pruebas descubrieron que tenía la llamada fiebre de Malta o Brucelocis. Con el tratamiento me curé rápido y poco a poco todo volvió a la normalidad. Ahora, después de once años, comprendo que mis padres y mis abuelos lo pasaron muy mal mientras yo estuve enferma. Casi un año de pruebas, hospitales y tristeza que en el fondo nos hizo más fuertes. Gracias a los míos, por estar siempre a mi lado.
Todo empezó con un pequeño bultito en el cuello. ¿Qué será? Ante esta pregunta acudimos al medico del pueblo, el cual me recetó una pomada que no hizo efecto alguno, posiblemente porque detrás de ese bultito había algo que el gran medico no supo ver. Y apareció la fiebre: 37º, 38º, 39º, 40º y a los 42º empecé a tener alucinaciones. Algunas noches me despertaba gritando, atemorizada porque unos monstruos me estaban atacando; unos monstruos que en realidad eran mis padres que no se movían de mi lado. Aquello no era normal; un bultito en el cuello que no me dejaba moverlo y fiebre, mucha fiebre. Una noche, hartos de ver que mi fiebre no bajaba y las instrucciones del medico no daban resultado, mis padres me llevaron a Urgencias. Enseguida empezaron a hacerme pruebas, no se sabía que podía ser, pero no parecía nada bueno. Análisis y otras pruebas que no me gustaban para nada, pero que eran totalmente necesarias para ver que me pasaba y poder curarme. Los días iban pasando, el curso iba avanzando y yo me lo estaba saltando completamente. Cada vez más delgada, más débil, aunque durante el día pasaba las horas con los payasos de la sala de juego. Por la noche, todo era distinto; el cansancio se apoderaba de mi cuerpo y las medicinas me hacían dormir placidamente. Con los días, cultive una bonita amistad con una chica mayor que también estaba enferma; hace tiempo que no se nada de ella, pero me haría ilusión reencontrarla. Volvía a casa en fechas señaladas. Una de estas fechas fue mi comunión. Sí, hice la comunión, aunque siempre he dicho que la hice motivada por la comida del banquete y por la reunión familiar. Mi vestido era blanco, pero muy distinto al de las otras niñas, yo siempre odié los típicos vestidos de comunión que convertían a las niñas en Sisi. Mis padres me preguntaron una y otra vez si quería hacer la comunión, puesto que para ellos que la hiciera no era condición indispensable. Al final la hice, pronuncié el Padre Nuestro y lo olvide completamente. No he seguido con ningún rito religioso. Pero volviendo al tema, después de pruebas y más pruebas descubrieron que tenía la llamada fiebre de Malta o Brucelocis. Con el tratamiento me curé rápido y poco a poco todo volvió a la normalidad. Ahora, después de once años, comprendo que mis padres y mis abuelos lo pasaron muy mal mientras yo estuve enferma. Casi un año de pruebas, hospitales y tristeza que en el fondo nos hizo más fuertes. Gracias a los míos, por estar siempre a mi lado.
Con final feliz...m gusta eso d "pronuncié el Padre Nuestro y lo olvidé completamente", jajajajajajajaja...a mi m pasó igual con el Credo...así q cree el mio propio!!!
ResponEliminaSaludos de la chica.