Me encanta despertarme a media noche, mirar el reloj y ver que aún me quedan unas horitas pera enredarme entre las sábanas. Esas noches en las que me despierto me encanta quedarme pensando en lo que me interesa, en lo que quiero, en lo que amo y hasta en lo que odio. Me resulta placentero escuchar el silencio. Si, aunque no lo parezca en ocasiones el silencio puede convertirse en la melodía más bella. Me gusta levantarme, recorrer el pasillo oscuro hasta la cocina, abrir la nevera y beberme un baso de agua mientras miro por la ventana las luces del pueblo. En las noches claras me gusta comprobar si esa estrella aún guarda el cielo y ver si la luna aún está entera o ya le han pegado algún mordisquito. Me gusta recorrer otra vez el pasillo oscuro para volver a mi habitación, pero odio pegarme con el meñique en una de las patas de la cama. Me encanta meterme de nuevo en el nido y notar que mi cuerpo ha perdido la temperatura perfecta. Entonces refriego mis pies, mis manos y me enredo aún más en las sábanas para recuperar la temperatura corporal. Me gusta ponerme en posición fetal, cerrar los ojos y soñar. Soñar durante las pocas horas que me quedan de sueño.
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