Existen muchos tipos de cartas. Existen las cartas de amor, en las que decimos lo que sentimos hacia otra persona. También existen las cartas que enviamos a los nuestros cuando estamos de vacaciones. Hay también las cartas de despedida, esas que casi siempre nos hacen llorar. Existen también las cartas del Ayuntamiento, en las que no vamos a entrar; no por nada, sino porque no creo que tengan nada de especial.
En fin, hay muchos tipos de cartas. Pero entre todos estos tipos de cartas que he nombrado quiero destacar uno que puede ser, tranquilamente, una mezcla entre las cartas de amor y las cartas de despedida. Hay mujeres que aún guardan en su cajón, como el mayor de los tesoros, las cartas que les enviaron sus maridos durante las sangrientas guerras, que por desgracia, han convivido demasiados años con la humanidad. Hay cajones repletos de cartas con respuesta, pero sin receptor. Cuantas palabras se ha llevado el viento, y sobretodo, el olvido. Cuantas mujeres lloraron la ausencia de su marido. Cuantos niños y niñas esperaban jugando a que llegara su padre de esas largas (pero amargas) vacaciones. Cuantas palabras fusiladas y cuanto amor en simples hojas de papel. Cuantos hombres juraron amor eterno a sus familias con sangre roja y no azul. Muchos, aunque eso ya no importa a casi nadie. Hoy vale mucho más gastar el tiempo mirando basura en la caja tonta. Y ahora que nadie me diga que no tengo razón. Admitámoslo, hoy en dia no nos importa lo que nos haga pensar o recapacitar. O mejor dicho, ya no nos interesa lo verdaderamente importante; solo nos interesa lo que nos dan bien masticado. Pues nada, a comer y que os siente bien.
En fin, hay muchos tipos de cartas. Pero entre todos estos tipos de cartas que he nombrado quiero destacar uno que puede ser, tranquilamente, una mezcla entre las cartas de amor y las cartas de despedida. Hay mujeres que aún guardan en su cajón, como el mayor de los tesoros, las cartas que les enviaron sus maridos durante las sangrientas guerras, que por desgracia, han convivido demasiados años con la humanidad. Hay cajones repletos de cartas con respuesta, pero sin receptor. Cuantas palabras se ha llevado el viento, y sobretodo, el olvido. Cuantas mujeres lloraron la ausencia de su marido. Cuantos niños y niñas esperaban jugando a que llegara su padre de esas largas (pero amargas) vacaciones. Cuantas palabras fusiladas y cuanto amor en simples hojas de papel. Cuantos hombres juraron amor eterno a sus familias con sangre roja y no azul. Muchos, aunque eso ya no importa a casi nadie. Hoy vale mucho más gastar el tiempo mirando basura en la caja tonta. Y ahora que nadie me diga que no tengo razón. Admitámoslo, hoy en dia no nos importa lo que nos haga pensar o recapacitar. O mejor dicho, ya no nos interesa lo verdaderamente importante; solo nos interesa lo que nos dan bien masticado. Pues nada, a comer y que os siente bien.
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