Dulce, hermosa, interesante, cariñosa, besucona, amable… Se me ocurren miles de adjetivos para describir a mi abuela y la gran mayoría son buenos. La gran mayoría por no decir todos. A veces, cuando la miro, imagino esa mujer joven y hermosa que no tubo la vida fácil pero lucho hasta el final para salir adelante. Otras veces, veo en ella una anciana que lleva dentro muchos recuerdos y mucho amor para todos los que la queremos. Y aunque estas dos mujeres estén separadas por la absurda edad, las dos son mi abuela; las dos son la mujer a la que tanto debo. La admiro, por muchas cosas. La admiro por su fuerza, por su salud y por su sabiduría. No puedo estar un solo dia sin achucharla, sin besarla, sin abrazarla, sin hacerle mil monerías hasta que ella se cansa y pone esa cara que tanto me gusta. Esa cara de: Mi niña, te estoy muy agradecida. Me encanta que me mimes. Pero déjame tranquilita un rato. Me encanta entrar en su habitación y ver como lee. Me encanta sentarme junto a ella en el jardín. Me encanta cuando siempre tiene algún remedio para casi todo. En definitiva, me encanta toda ella.
Esta tarde he estado un buen rato observándola; mirando como se paseaba por el huerto y ponía en su cesta la verdura lista para coger. Sé que el campo le da vida. A veces me dice que le recuerdo a ella. Ojalá. Quién si que me recuerda e ella es mi madre. Son dos gotas de agua. Físicamente no tanto, pero por dentro son prácticamente la misma mujer. Y yo me siento orgullosa.
Me encantó, simplemente estubo hermoso
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