Erill la Vall. Un destí encisador. Un pintoresc poblet immers en una vall rica en art romànic; la Vall de Boí. Hi vam acudir en motiu d’unes jornades d’estudi sobre l’origen i l’evolució dels pobles pirinencs, però, si he de ser sincera, em va resultar extremadament complicat estar-me tancada en una sala amb una cinquantena de cadires. I no ho dic perquè totes les conferències es fessin pesades, sinó perquè fora hi havia un paisatge meravellós que demanava a crits ser fotografiat. Cap a les 14:15 vam anar cap a dinar, i ens vam muntar una autèntica festa. A la taula no hi va faltar el vi; com hi havia de faltar si va ser el que més ens va alegrar el dinar? Després de riure a “carcajada llimpia”, com diem al meu poble, vam batejar el dinar amb el nom de “El menú dels 15€”. Desprès de tant menjar i riure, resultava una mica complicat tornar a les conferències, però s’havia de fer, per això hi havíem anat. Vam estar un grapat d’hores escoltant xerrades d’estudiosos sobre els temes que es tractaven, però, a la mínima que vaig poder, vaig sortir a fotografiar el paisatge. Quina meravella! L’Església de Sta. Eulàlia em va enamorar. Vam decidir anar a donar un tomb pel poble, i
caminant ens vam trobar amb un gos molt simpàtic que no va dubtar ni un moment en venir a jugar amb mi. Sí, a jugar; o això pensava jo, fins que vaig notar la seva mandíbula em pressionava més del compte. Pobret, en el fons ho feia per jugar, tot i que em va deixar els braços ben guapos. Després de fer unes quantes fotografies, vam tornar a les conferències. De tota manera, ja costava estar atent. A més, alguns ponents es van prendre amb certa llibertat el temps establert, per això, en comptes de sortir abans de les vuit de la tarda, vam acabar sortint a les nou de la nit. Com que encara ens durava l’atipament del dinar, vam decidir menjar a la casa rural. Res sofisticat, un àpat tipus pica-pica, acompanyat per unes quantes birres. Sí, ja ho sé, un sopar no gaire nutritiu, però l’economia no estava per gastar-nos 15€ més per sopar un menú sense massa gana. Després de fer petar la xerrada una bona estona, vam decidir anar a dormir. Em vaig quedar fregida amb un tres i no res. Al matí següent em vaig llevar amb la sensació d’haver descansat com mai. Quina meravella llevar-me, obrir els porticons de la finestra, i veure una bonica vista del poble i les muntanyes. Vam començar el dia amb un bon esmorzar, ben nutritiu, que a la muntanya van a l’ample, i jo ho vaig agrair. Aquell dia només tocava conferències durant el matí, a la tarda tocava el que més desitjava: visitar algunes de les esglésies declarades patrimoni de la humanitat. Així doncs, un cop finalitzades les xerrades, vam agafar el bus que ens portaria a Taüll. Allí vam dinar. I quin dinar! Allò si que va ser una festa! La resta del restaurant ens mirava; segur que per enveja. 
Després de dinar, vam anar a visitar l’església de Sant Climent de Taüll. I allí em vaig desfer. Desitjava veure el famós Pantocràtor, que, tot i saber que no era l’original, em va impactar de bona manera. Ja havia vist l’original al MNAC, però veure’n una imitació en el seu lloc original també té el seu encant. En resum, impressionant; ho desitjava amb candeletes. Després, vam agafar el bus per baixar a Boí i visitar Sant Joan de Boí, una església amb molt d’encant, plena de pintures, tampoc originals, però molt boniques i interessants. En finalitzar la visita, vam tornar a agafar el bus, aquest cop per tornar cap a Lleida. Quan tornàvem, no podia evitar mirar el paisatge que deixàvem enrere. Vaig marxar amb ganes de tornar-hi, tot i que no se quan; la pròxima cita amb el Pirineu de Lleida la tinc en una altra zona. En fi, la zona em va encantar i m’ho vaig passar pipa, és cert que la companyia també hi feia, però anar a la muntanya sempre és un plaer.-----------
Erill la Vall. Un destino encantador. Un pintoresco pueblecito inmerso en un valle rico en arte románico; la Vall de Boí. Acudimos allí en motivo de unas jornadas de estudio sobre el origen y la evolución de los pueblos pirenaicos, pero, si he de ser sincera, me resultó extremadamente complicado estarme encerrada en una sala con una cincuentena de sillas. Y no lo digo porque todas las conferencias se hicieran pesadas, sino porque fuera había un paisaje maravilloso que pedía a gritos ser fotografiado. Hacia las 14:15 nos fuimos a comer, y nos montamos una auténtica fiesta. En la mesa no faltó el vino; ¿como había de faltar si fue lo que más nos alegró la comida? Después de reír en "carcajada llimpia", como decimos en mi pueblo, bautizamos la comida con el nombre de "El menú de los 15 €". Después de tanto comer y reír, resultaba un poco complicado volver a las conferencias, pero había que hacerlo, por eso habíamos estábamos allí. Estuvimos un puñado de horas escuchando charlas de estudiosos sobre los temas que se trataban, pero, a la mínima que pude, salí a fotografiar el paisaje. ¡Qué maravilla! La Iglesia de Sta. Eulalia me enamoró. Decidimos ir a dar una vuelta por el pueblo, y caminando nos encontramos con un perro muy simpático que no dudó ni un momento en venir a jugar conmigo. Sí, a jugar, o eso pensaba yo, hasta que noté que su mandíbula me presionaba más de la cuenta. Pobrecito, en el fondo lo hacía para jugar, aunque me dejó los brazos bien guapos. Después de hacer unas cuantas fotografías, volvimos a las conferencias. De todos modos, ya costaba estar atento. Además, algunos ponentes se tomaron con cierta libertad el tiempo establecido, por ello, en vez de salir antes de las ocho de la tarde, acabamos saliendo a las nueve de la noche. Como todavía nos duraba el hartazgo de la comida, decidimos comer en la casa rural. Nada sofisticado, una comida tipo pica-pica, acompañado por unas cuantas birras. Sí, ya lo sé, una cena no muy nutritiva, pero la economía no estaba para gastarnos 15 € más para cenar un menú sin demasiada hambre. Después de charlar un buen rato, decidimos ir a dormir. Me quedé frita con un santiamén. A la mañana siguiente me levanté con la sensación de haber descansado como nunca. Qué maravilla levantarme, abrir las sobre ventanas, y ver una bonita vista del pueblo y las montañas. Empezamos el día con un buen desayuno, bien nutritivo, que en la montaña van a lo grande, y yo lo agradecí. Aquel día sólo tocaba conferencias durante la mañana, por la tarde tocaba lo que más deseaba: visitar algunas de las iglesias declaradas patrimonio de la humanidad. Así pues, una vez finalizadas las charlas, cogimos el bus que nos llevaría a Taüll. Allí comimos. ¡Y qué comida! ¡Aquello si que fue una fiesta! El resto del restaurante nos miraba, seguro que por envidia. Después de comer, fuimos a visitar la iglesia de Sant Climent de Taüll. Y allí me deshice. Deseaba ver el Pantocrátor, que, aun sabiendo que no era el original, me impactó de buena manera. Ya había visto el original en el MNAC, pero ver una imitación en su lugar original también tiene su encanto. En resumen, impresionante; lo deseaba con ansia. Después, cogimos el bus para bajar a Boí y visitar la iglesia de Sant Joan de Boí, una iglesia con mucho encanto, llena de pinturas, tampoco originales, pero muy bonitas e interesantes. Al finalizar la visita, volvimos a coger el bus, esta vez para volver a Lleida. Cuando volvíamos, no podía evitar mirar el paisaje que dejábamos atrás. Me fui con ganas de volver, aunque no se cuando; la próxima cita con el Pirineo de Lleida la tengo en otra zona. En fin, la zona me encantó y me lo pasé pipa, es cierto que la compañía también hacía, pero ir a la montaña siempre es un placer.
Erill la Vall. Un destino encantador. Un pintoresco pueblecito inmerso en un valle rico en arte románico; la Vall de Boí. Acudimos allí en motivo de unas jornadas de estudio sobre el origen y la evolución de los pueblos pirenaicos, pero, si he de ser sincera, me resultó extremadamente complicado estarme encerrada en una sala con una cincuentena de sillas. Y no lo digo porque todas las conferencias se hicieran pesadas, sino porque fuera había un paisaje maravilloso que pedía a gritos ser fotografiado. Hacia las 14:15 nos fuimos a comer, y nos montamos una auténtica fiesta. En la mesa no faltó el vino; ¿como había de faltar si fue lo que más nos alegró la comida? Después de reír en "carcajada llimpia", como decimos en mi pueblo, bautizamos la comida con el nombre de "El menú de los 15 €". Después de tanto comer y reír, resultaba un poco complicado volver a las conferencias, pero había que hacerlo, por eso habíamos estábamos allí. Estuvimos un puñado de horas escuchando charlas de estudiosos sobre los temas que se trataban, pero, a la mínima que pude, salí a fotografiar el paisaje. ¡Qué maravilla! La Iglesia de Sta. Eulalia me enamoró. Decidimos ir a dar una vuelta por el pueblo, y caminando nos encontramos con un perro muy simpático que no dudó ni un momento en venir a jugar conmigo. Sí, a jugar, o eso pensaba yo, hasta que noté que su mandíbula me presionaba más de la cuenta. Pobrecito, en el fondo lo hacía para jugar, aunque me dejó los brazos bien guapos. Después de hacer unas cuantas fotografías, volvimos a las conferencias. De todos modos, ya costaba estar atento. Además, algunos ponentes se tomaron con cierta libertad el tiempo establecido, por ello, en vez de salir antes de las ocho de la tarde, acabamos saliendo a las nueve de la noche. Como todavía nos duraba el hartazgo de la comida, decidimos comer en la casa rural. Nada sofisticado, una comida tipo pica-pica, acompañado por unas cuantas birras. Sí, ya lo sé, una cena no muy nutritiva, pero la economía no estaba para gastarnos 15 € más para cenar un menú sin demasiada hambre. Después de charlar un buen rato, decidimos ir a dormir. Me quedé frita con un santiamén. A la mañana siguiente me levanté con la sensación de haber descansado como nunca. Qué maravilla levantarme, abrir las sobre ventanas, y ver una bonita vista del pueblo y las montañas. Empezamos el día con un buen desayuno, bien nutritivo, que en la montaña van a lo grande, y yo lo agradecí. Aquel día sólo tocaba conferencias durante la mañana, por la tarde tocaba lo que más deseaba: visitar algunas de las iglesias declaradas patrimonio de la humanidad. Así pues, una vez finalizadas las charlas, cogimos el bus que nos llevaría a Taüll. Allí comimos. ¡Y qué comida! ¡Aquello si que fue una fiesta! El resto del restaurante nos miraba, seguro que por envidia. Después de comer, fuimos a visitar la iglesia de Sant Climent de Taüll. Y allí me deshice. Deseaba ver el Pantocrátor, que, aun sabiendo que no era el original, me impactó de buena manera. Ya había visto el original en el MNAC, pero ver una imitación en su lugar original también tiene su encanto. En resumen, impresionante; lo deseaba con ansia. Después, cogimos el bus para bajar a Boí y visitar la iglesia de Sant Joan de Boí, una iglesia con mucho encanto, llena de pinturas, tampoco originales, pero muy bonitas e interesantes. Al finalizar la visita, volvimos a coger el bus, esta vez para volver a Lleida. Cuando volvíamos, no podía evitar mirar el paisaje que dejábamos atrás. Me fui con ganas de volver, aunque no se cuando; la próxima cita con el Pirineo de Lleida la tengo en otra zona. En fin, la zona me encantó y me lo pasé pipa, es cierto que la compañía también hacía, pero ir a la montaña siempre es un placer.
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